Según Jesús, los niños, por el hecho de serlo, poseen una disposición innata que les hace especialmente receptivos a los misterios del Reino. El considera que tienen una capacidad significativa "para llamar confiadamente Padre a Dios y para abrirse a los regalos de éste". De algún modo, su pequeñez, debilidad e irrelevancia en la sociedad de entonces les hace ser esos bienaventurados que Jesús declara ser los destinatarios del reino de Dios.
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