A la susceptibilidad del hombre actual, la sola palabra ‘obediencia’ le estremece y le genera repulsa. El hombre, al dar la espalda a Dios y erigirse a sí mismo como tal, considera que la manera de obrar se debe ajustar, exclusivamente, al propio criterio, fundamentado por lo general en el capricho, en la sensibilidad, o en su confundido entendimiento afectado por el error. Aparecen, así, frases como: “a mí no me manda nadie”, “yo me mando a mí mismo”, “si obedece, se la montan”, etc.