Hay una fórmula sublime que resume admirablemente todo lo que deberíamos hacer para escalar a las más altas cumbres de la perfección cristiana. La emplea la Iglesia en el santo sacrificio de la misa y constituye por sí sola uno de sus ritos más augustos: “Por Cristo, con Él y en Él; a ti Dios Padre omnipotente, en la Unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda Gloria, por los siglos de los siglos.”