Dios ha puesto al hombre a la cabeza de la creación visible y le ha dado el derecho de administrarla y de disponer de los frutos de la tierra, para proveer a sus necesidades, para su conservación y bienestar, y para la conservación y bienestar de los suyos: «Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf. Gén 1, 26-29).