Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Esta es: interior, tierna, santa, constante y desinteresada.
Devoción interior
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella, de la alta idea que nos hemos formado de sus grandezas y del amor que le tenemos. Esta devoción no consiste sólo en prácticas exteriores, que siempre son buenas y necesarias, sino que se caracteriza por una profunda vida de intimidad y unión con nuestra Santísima Madre: vivir “por”, “con”, “para” y “en” María. Esto lo desarrollaremos más adelante.
Devoción tierna
Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia:
En las dudas, para que te esclarezca. En los extravíos, para que te convierta al buen camino. En las tentaciones, para que te sostenga. En las debilidades, para que te fortalezca. En los desalientos; para que te reanime. En los escrúpulos, para que te libre de ellos. En las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele; y finalmente, en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.
Esta consagración implica hacerse pequeño y totalmente dependiente de María como lo hizo el niño Jesús en Belén. ¿Quién más necesitado y dependiente de su madre que un bebé? Nada puede hacer por sí mismo; depende totalmente de los cuidados y el cariño de su madre.
Devoción santa
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.
Devoción constante
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que si eres verdaderamente devoto de María, huirán de ti la inconstancia, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes algunos cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa Madre, si pierdes el gusto y la devoción sensible, no te acongojarás por ello. Porque, el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales.
Devoción desinteresada
Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará a no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su Santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés, ni por su propio bien temporal o eterno, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por esto la ama y sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades, que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.
¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su Santísima Madre, el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta! Pero, ¡qué pocos hay así!
¡Oh! ¡Qué bien pagado quedaría mi esfuerzo, si éste humilde escrito cae en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y «no de la sangre ni de la carne ni de la voluntad de varón», le descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la verdadera sólida devoción a la Santísima Virgen, que ahora voy a exponerte! Si supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón, lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y soberana Señora -de quien soy el último de los hijos y esclavos-, con mi sangre en vez de tinta, trazaría estas líneas. Pues ¡abrigo la esperanza de hallar personas generosas, que por su fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, repararán a mi amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e infidelidad!
Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio, Jesucristo, reine como nunca en los corazones.
Preveo claramente que muchas bestias rugientes, llegan furiosas a destrozar, con sus diabólicos dientes, este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo; o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre, a fin de que no sea publicado. Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica.
Pero, ¡Qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos, como nunca, peligrosos que van a llegar!
«¡Qué el lector comprenda!» «¡Entiéndalo el que pueda!»[1]
EFECTOS MARAVILLOSOS DE LA CONSAGRACIÓN TOTAL[2]
Convéncete, querido hermano, de que si eres fiel a las prácticas interiores y exteriores de esta devoción -las cuales voy a indicar más adelante-, participarás de los frutos maravillosos que produce en el alma fiel:
Conocimiento de sí mismo
Gracias a la luz que te comunicará el Espíritu Santo por medio de María, su querida Esposa, conocerás tu mal fondo, tu corrupción e incapacidad para todo lo bueno. Y, a consecuencia de este conocimiento, te despreciarás y no pensarás en ti mismo sino con horror. Te considerarás como una babosa que todo lo mancha, como un sapo que todo lo emponzoña con su veneno o como una serpiente maligna, que sólo pretende engañar. En fin, la humilde María te hará participe de su profunda humildad y, mediante ella, te despreciarás a ti mismo, no despreciarás a nadie y gustarás de ser menospreciado.
Participación de la fe de María
La Santísima Virgen te hará participe de su fe, la cual fue mayor que la de todos los patriarcas, profetas, apóstoles y todos los demás santos. Ahora que reina en los cielos, no tiene ya esa fe, porque ve claramente todas las cosas en Dios, por la luz de la gloria. Sin embargo, con el consentimiento del Señor, no la ha perdido al entrar en la gloria: la conserva para comunicarla a sus fieles en la iglesia peregrina.
Por lo mismo, cuanto más te granjees la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe verdadera:
Una fe pura, que hará que no te preocupes por lo sensible y extraordinario.
Una fe viva y animada por la caridad, que te hará obrar siempre por el amor más puro.
Una fe firme e inconmovible como una roca, que te ayudará a permanecer siempre firme y constante en medio de las tempestades y tormentas.
Una fe penetrante y eficaz, que como misteriosa llave maestra, te permitirá entrar en todos los misterios de Jesucristo, las postrimerías del hombre y el corazón mismo de Dios.
Una fe intrépida, que te llevará a emprender y llevar a cabo, sin titubear, grandes empresas por Dios y por la salvación de las almas.
Finalmente, una fe que será tu antorcha encendida, tu vida divina, tu tesoro escondido de la divina sabiduría y tu arma omnipotente, de la cual te servirás para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte; para inflamar a los tibios y necesitados del oro encendido de la caridad; para resucitar a los muertos por el pecado; para conmover y convertir con tus palabras suaves y poderosas los corazones de mármol y los cedros del Líbano, y finalmente, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación.
Madurez cristiana
Esta Madre del Amor Hermoso, quitará de tu corazón todo escrúpulo y temor servil desordenado y lo abrirá y ensanchará para correr por los mandamientos de su Hijo, con la santa libertad de los hijos de Dios y encender en el alma el amor puro, cuya tesorera es Ella. De modo que, en tu comportamiento con Dios, ya no te gobernarás como hasta ahora por temor, sino por amor puro. Lo mirarás como a tu Padre bondadoso, te afanarás por agradarle incesantemente y dialogarás con Él, confidencialmente, como un hijo con su cariñoso padre. Si, por desgracia, llegaras a ofenderlo, te humillarás pronto delante de Él, le pedirás perdón humildemente, tenderás hacia Él la mano con sencillez, te levantarás de nuevo amorosamente, sin turbación ni inquietud y seguirás caminando hacia Él sin descorazonarte.
Gran confianza en Dios y en María
La Santísima Virgen te colmará de gran confianza en Dios y en Ella misma, porque:
Ya no te acercarás por ti mismo a Jesucristo, sino siempre por medio de María, tu bondadosa Madre.
Habiéndole entregado todos tus méritos, gracias y satisfacciones para que disponga de ellos según su voluntad, Ella te comunicará sus virtudes y te revestirá con sus méritos, de suerte que podrás decir a Dios con plena confianza: «¡Esta es María, tu servidora! ¡Hágase en mi, según lo que has dicho!»
Habiéndote entregado totalmente a Ella en cuerpo y alma, Ella que es generosa con los generosos y más generosa que los más generosos, se entregará a ti en recompensa de forma maravillosa, pero real, de suerte que podrás decirle con santa osadía: «Soy todo tuyo, oh María: sálvame». O, con el discípulo amado, como he dicho antes «Te he tomado, Madre Santísima, por todos mis bienes». O, con San Buenaventura: «Querida Señora y salvadora mía, obraré confiadamente y sin temor, porque eres mi fortaleza y alabanza en el Señor, ¡Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, Virgen gloriosa y bendita entre todas las criaturas! ¡Qué yo te ponga como sello sobre mi corazón porque tu amor es fuerte como la muerte!”
Podrás decir a Dios con los sentimientos del Profeta: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre».
El hecho de haberle entregado en depósito todo lo bueno que tienes, para que lo conserve o comunique, aumentará aún más tu confianza en Ella. Sí, entonces confiarás menos en ti mismo y mucho más en Ella, que es tu tesoro de Dios, en el que ha puesto lo más precioso que tiene, ¡Es también tu tesoro! «Ella es -dice un santo- el tesoro del Señor».
Comunicación de María y de su espíritu
El alma de María estará en ti para glorificar al Señor y su espíritu se alegrará por ti en Dios, su Salvador, con tal que permanezcas fiel a las prácticas de esta devoción. “Que el alma de María more en cada uno para engrandecer al Señor; que el espíritu de María permanezca en cada uno, para regocijarse en Dios”.
¡Ay! “¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso -dice un santo varón, ferviente enamorado de María-, cuando llegará ese tiempo dichoso en que Santa María sea restablecida como señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús?”.
¿Cuándo respirarán las almas a María, como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo al encontrar a su Esposa como reproducida en las almas vendrá a ellas con abundancia de sus dones y las llenará de ellos, especialmente el de sabiduría, para realizar maravillas de gracia. ¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivientes de la Santísima Virgen, para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará, cuando se conozca y viva la devoción que yo enseño: «¡Señor, para que venga tu reino, venga el reino de María!».
Transformación en María a imagen de Jesucristo
Si María, que es el árbol de la vida, está bien cultivada en ti mismo por la fidelidad a las prácticas de esta devoción, dará su fruto en tiempo oportuno, fruto que no es otro que Jesucristo.
Veo a tantos devotos y devotas que buscan a Jesucristo. Unos van por un camino y una práctica, los otros por otra. Y, con frecuencia, después de haber trabajado pesadamente durante la noche, pueden decir: «Hemos trabajado toda la noche sin pescar nada» Y se les puede contestar: «Han trabajado mucho pero recogido poco. Jesucristo es todavía muy débil en ustedes. Pero por el camino inmaculado de María y esta práctica divina que les enseño, se trabaja de día, se trabaja en un lugar santo, se trabaja poco. En María no hay noche, porque en Ella no hay pecado, ni aún la menor sombra de él. María es un lugar santo. Es el santo de los santos, en donde son formados y moldeados los santos».
Escucha bien lo que digo: los santos son moldeados en María. Existe gran diferencia entre hacer una figura de bulto a golpes de martillo y cincel y sacar una estatua vaciándola en un molde. Los escultores y estatuarios trabajan mucho del primer modo para hacer una estatua y gastan en ello mucho tiempo. Más, para hacerla de la segunda manera, trabajan poco y emplean poco tiempo.
San Agustín llama a la Santísima Virgen “molde de Dios”: el molde propio para formar y moldear dioses. Quien sea arrojado en este molde divino quedará muy pronto formado y moldeado en Jesucristo y Jesucristo en él: con pocos gastos y en corto tiempo se convertirá en Dios, porque ha sido arrojado en el mismo molde que ha formado a Dios.
Me parece que los directores y devotos que quieren formar a Jesucristo en sí mismos o en los demás, por prácticas diferentes a ésta, pueden muy bien compararse a los escultores que, confiados en su habilidad, industria y arte, descargan infinidad de golpes de martillo y cincel sobre una piedra dura o un trozo de madera tosca para sacar de ellos una imagen de Jesucristo. Algunas veces, no aciertan a representar a Jesucristo al natural, ya sea por falta de conocimiento y experiencia de la persona del Señor, o bien a causa de algún golpe mal dado, que echa a perder toda la obra.
Pero, a quienes abrazan este secreto de la gracia, que les estoy presentando, los puedo comparar con razón a los fundidores y moldeadores, que habiendo encontrado el hermoso molde de María, en donde Jesús ha sido natural y divinamente formado sin fiarse de su propia habilidad sino únicamente de la excelencia del molde, se arrojan y se pierden en María, para convertirse en el retrato al natural de Jesucristo.
¡Hermosa y verdadera comparación! Más, ¿quién la comprenderá? ¡Ojalá tú, hermano mío! Pero, acuérdate de que no se echa en el molde, sino lo que está fundido y líquido; es decir, que ¡es necesario destruir y fundir en ti al viejo Adán para transformarte en el Nuevo, en María!
La mayor gloria de Jesucristo
Por medio de esta práctica, observada con toda fidelidad, darás mayor gloria a Jesucristo en un mes, que por cualquier otra, por difícil que sea, en varios años. Estas son las razones para afirmarlo:
Si ejecutas tus acciones por medio de la Santísima Virgen, como enseña esta práctica, abandonas tus propias intenciones y actuaciones, aunque buenas y conocidas, para perderte, por decirlo así, en las de la Santísima Virgen, aunque te sean desconocidas. De este modo, entras a participar en la sublimidad de sus intenciones, siempre tan puras, que por la menor de sus acciones, por ejemplo, hilando en la rueca o dando una puntada con la aguja, dio mayor gloria a Dios que San Lorenzo sobre las parrillas y aún, que todos los santos con las acciones más heroicas. Esta es la razón de que durante su permanencia en la tierra, la Santísima Virgen haya adquirido un cúmulo tan inefable de gracias y méritos, que antes se contarían las estrellas del firmamento, las gotas de agua de los océanos y los granitos de arena de sus orillas, que los méritos y gracias de María y que haya dado mayor gloria a Dios de cuanto le han dado y darán todos los ángeles y santos. ¡Qué prodigio eres, oh María! ¡Sólo tú sabes realizar prodigios de gracias en quienes desean realmente perderse en ti!
Quien se consagra a María, por esta práctica -dado que no estima en nada cuanto piensa o hace por sí mismo, ni se apoya, ni complace sino en los méritos de María para acercarse a Jesucristo y dialogar con Él-, ejercita la humildad, mucho más que quienes obran por sí solos. Estos, aun inconscientemente, se apoyan y complacen en sus disposiciones. De donde se sigue, que el que se consagra totalmente a María, glorifica más perfectamente a Dios, quien nunca es tan altamente glorificado, como cuando lo es por los sencillos y humildes de corazón.
La Santísima Virgen, a causa del gran amor que nos tiene, desea recibir en sus manos virginales el obsequio de nuestras acciones, comunica a éstas una hermosura y esplendor admirables y las ofrece por sí misma a Jesucristo. Es, por lo demás, evidente, que el Señor es más glorificado con esto, que si las ofreciéramos directamente, con nuestras manos pecadoras.
Finalmente, siempre que piensas en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios por ti. María es toda relativa a Dios. Y yo me atrevo a llamarla «la relación de Dios», pues sólo existe con relación a Él; o «el eco de Dios», ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios.
Cuando santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella, el eco fiel de Dios, exclamó: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días: cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María.
PRÁCTICA
Comprar 10 camándulas o medallitas de la Virgen y regalarlas a diferentes personas -en el bus, la universidad, el trabajo- en el transcurso de la semana.
[1] Tratado de la Verdadera Devoción, nn.105-114
[2] Ibíd., nn. 213-225.