Hoy día, hay personas que se empecinan en argumentar un silencio casi total de las Sagradas Escrituras respecto a la Santísima Virgen María; y más allá, vemos cómo descaradamente manipulan los pocos textos bíblicos que admiten como “marianos”, para gritar con un odio casi demoníaco: “¡Jesús despreció a María! ¡Jesús nunca le dio importancia a su Madre!, ¡María no es tan importante como se ha creído hasta ahora! etc”.
Por otro lado, vemos a otros que, movidos por un celo excesivo, quieren ver a la Santísima Virgen en todos los pasajes bíblicos, y algunas veces acomodan a María, textos, sobre todo del Antiguo Testamento, que evidentemente no se refieren a ella, pues contienen elementos de infidelidad, como veremos más adelante.
Así pues, la verdadera devoción mariana debe ser bíblica pero equilibrada y de acuerdo a aquellas palabras que el Papa Pablo VI nos escribe en su carta Marialis Cultus:
“La necesidad de una impronta bíblica en toda forma de culto es sentida hoy día como un postulado general de la piedad cristiana. El progreso de los estudios bíblicos, la creciente difusión de la Sagrada Escritura y, sobre todo, el ejemplo de la tradición y la moción íntima del Espíritu orientan a los cristianos de nuestro tiempo a servirse cada vez más de la Biblia como del libro fundamental de oración y a buscar en ella inspiración genuina y modelos insuperables. El culto a la Santísima Virgen no puede quedar fuera de esta dirección tomada por la piedad cristiana; al contrario debe inspirarse particularmente en ella para lograr nuevo vigor y ayuda segura. La Biblia, al proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del misterio del Salvador, y contiene además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a Aquella que fue Madre y Asociada del Salvador. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho más; requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que, al mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean también iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría encarnada.”[1] Veamos, pues, a María en las Escrituras:
María en el Antiguo Testamento
Génesis 3, 15
“Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje; ella te pisará la cabeza, mientras tú acechas su calcañar”.
Con esta primera profecía, comienza la historia de la salvación. El hombre tentado por el maligno ha optado por la desobediencia al Dios que lo ha creado. El mal, la muerte y la enfermedad han entrado al mundo por la desobediencia de la mujer y de su esposo. Se ha cerrado el Paraíso. Para el hombre alejado de su creador comienza el caminar “por el valle de lágrimas”. Dentro de este contexto tan sombrío, surge la profecía, la primera palabra de un Dios que es, en su esencia, amor. En esta profecía -repito, la primera-, está involucrada por primera vez y en forma misteriosa “la mujer” que estará en perenne lucha contra el enemigo del hombre y sus huestes, y con ella la gran promesa: Su linaje o descendencia derrotará a la serpiente antigua, pisándole la cabeza. Cuando a una serpiente se le pisa la cabeza, se le despoja de todo poder y se le reduce a la impotencia; esto sucederá por esta “mujer” que sin duda alguna es María, cuyo linaje (Cristo) pisoteó a la serpiente (Satanás) y quien tuvo una enemistad perfecta con la serpiente, pues nunca pecó.
Si alguien no quiere saber nada de la Virgen, y la quiere sacar de la historia de la salvación, entonces también saquemos a Eva… ¿Serías capaz de contar la historia del pecado sin hablar de Eva? ¿Verdad que no?... pues, entonces, también es imposible hablar de la historia de la salvación sin hablar de María.
Isaías 7, 14
“Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: he aquí que la Virgen está encinta y va a dar a luz a un hijo y le pondrá por nombre Emanuel”.
El Profeta Isaías, en esta profecía Mesiánica por excelencia, va a ampliar los datos sobre la Mujer del Génesis 3, 15. Esta mujer va a ser virgen y va a dar a luz un hijo varón en su virginidad. Los Evangelios de San Mateo y San Lucas dejan esto bien claro cuando para describir a María, utiliza la palabra griega «Parthenos» o sea Virgen. El único signo dado a Israel para reconocer al Mesías, es que nacería de una madre virgen.
Miqueas 5, 2
«Por eso si Yahvé los abandona, es sólo por un tiempo, hasta que aquella que debe dar a luz tenga a su hijo, entonces volverán a Israel los desterrados”
El profeta Miqueas nos vuelve a hablar de la mujer esperanza de Israel y que al traer al MESÍAS pondrá fin al cautiverio de Israel.
María en el Nuevo Testamento
Lucas 1, 26-38
En este relato Evangélico, se resaltarán los siguientes aspectos:
San Lucas en su Prólogo 1, 3 nos dice: “Varias personas han tratado de narrar las cosas que pasaron entre nosotros, a partir de los datos que nos entregaron aquellos que vieron y fueron testigos desde el principio y que luego se han hecho servidores de la Palabra. Después de haber investigado cuidadosamente todo desde el principio, también a mi me ha parecido bueno escribir un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo”.
Vemos que San Lucas se esforzó en ponerlo todo en orden, y al hacer esto encontró el “hágase” de María. Así mismo, cuando en el Antiguo Testamento las personas querían contar, ordenadamente, qué fue lo que sucedió y dónde empezaba todo, tenían que llegar a Abrahán. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de San Pablo, de Apóstoles, de milagros, etc. la pregunta lógica que surge es ¿dónde comienza esto? Si nosotros queremos saber dónde empezó todo y cuál fue el comienzo del cristianismo debemos llegar a María. Así como sin Abrahán no se entiende la Antigua Alianza, sin María no se entiende la Nueva Alianza.
San Lucas nos dice, también, que recurrió al origen de los datos de las personas que fueron Testigos de los hechos y esta afirmación nos lleva a María, pues sólo ella fue “testigo” de la anunciación que él relata a continuación:
“A una joven virgen”. San Lucas relaciona e identifica a esta joven con la profecía de Isaías 7, 14.
“Desposada con un hombre llamado José, de la familia de David”. El Mesías debía ser de la casa de David, pues la promesa de Dios habría de cumplirse.
“Y el nombre de la Virgen era María”. Dos veces utiliza Lucas el titulo de Virgen, para que no quede duda de la situación de María y de su relación con la profecía de Isaías.
“María”, hermoso nombre que quiere decir, entre muchos otros significados, “Señora”.
“El ángel le dijo: Llena de gracia”. “Llena de Gracia” en Griego “Kecharitomene” que significa “tener la plenitud de la gracia”, pues viene de un verbo de modo pasivo perfecto que indica continuación de una acción completa. Palabras que ningún mortal había escuchado de Dios anteriormente.
“No temas María, porque has encontrado Gracia ante Dios” Puede que hoy en día María no encuentre gracia ante muchas personas; pero lo importante es que ante Dios sí encontró gracia.
“¿Cómo podré ser Madre, si no tengo relación con ningún hombre?” Recordemos que en este momento María, estaba desposada con José, pero todavía faltaba la celebración de las nupcias (segunda parte del rito del matrimonio Judío), donde el esposo se llevaba a su esposa a su casa. Lo más lógico es que María hubiese relacionado lo que el Ángel le estaba diciendo con la futura convivencia con su esposo José… ¡Pero no lo hace!, pues, María había consagrado su virginidad al Señor, por eso le responde al Ángel sorprendida; lo último que pensaba era perder su virginidad.
“El Espíritu Santo, descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Aquí se sitúa a María, definitivamente, como posesión de Dios. En Éxodo 3, 5 el Señor manda a descalzarse a Moisés, pues él está pisando “Tierra Santa”. ¿Por qué esta tierra era Santa? Porque la sombra de Dios daba en ella desde la zarza. En 2 Samuel 6, 6-7 Uzzá muere por tocar el Arca de Dios, esta Arca era santa porque la sombra de Dios o la “Shekina” venía sobre ella. Sobre María desciende esta Nube y Ella queda hecha posesión de Dios, santificada por su sombra para siempre.
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”. Con estas palabras entra la salvación al mundo. Si por la desobediencia de Eva entró la perdición al mundo, con la obediencia de María entra la salvación. No se puede hablar de la “Caída” sin hablar de Eva, ni se puede hablar de la “Salvación” sin hablar de María. En María se arregla lo deshecho por Eva. En la obediencia de María se comienza a cumplir la profecía de Génesis 3, 15.
Lucas 1, 39-49
En el relato Evangélico de la Visitación de María a Isabel, hay una infinidad de datos que nos hablan de María y de su lugar en el plan de la Salvación.
Primero: entra María en casa de Isabel, y dice la Escritura que, “al oír” Isabel la salutación de María, la criatura saltó en su vientre e Isabel fue llena del Espíritu Santo. Es de notar, que Isabel fue llena del Espíritu no al entrar en contacto con Jesús, sino al escuchar la voz de María, esto nos muestra a una María no sólo llena del Espíritu Santo, sino también dando el Espíritu Santo o transmitiendo el Espíritu Santo a quien se acerca a ella.
Segundo: la exclamación de Isabel: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Isabel, mujer de un sacerdote de los que ministraban en el Templo, estaba inspirada de las Escrituras y conocía un pasaje que se escapa para nosotros. Este se encuentra en Jueces 5, 24.
Tercero: el versículo 43 es esencial, «¿De dónde a mí, que la Madre de mi Señor venga a visitarme?». La palabra Griega para designar a este Señor con “S” (mayúscula) es Kyrios, que a su vez es el equivalente de Adonai en hebreo y es la misma palabra que utiliza María en el versículo 46, para designar al Dios de Israel. Por lo tanto, Isabel llena del Espíritu Santo - garantía de no fallar-, llama a María “Madre de Adonai” o sea Madre de Dios.
Cuarto: en el versículo 48, María hace una profecía “En adelante todas las generaciones me llamarán Bienaventurada”, esto es lo que hace la Iglesia: llamar Bienaventurada a María por todas las generaciones.
Quinto: en el versículo 56 «María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su casa». Dice el Libro 2 Samuel 6, 11 «El arca de Yahvé estuvo en casa de Obededon de Gat tres meses y Yahvé bendijo a Obededon y a toda su casa». San Lucas al decir que María se quedó tres meses en casa de Isabel, pone a María en similitud con el Arca de la Alianza: María es el Arca de la Nueva Alianza que lleva en su seno al Salvador de todas las edades.
Lucas 2, 25-35
En este capítulo, el evangelista nos muestra a Simeón profetizando en el día de la Presentación del Niño en el Templo. Simeón de nuevo «lleno del Espíritu Santo» -por donde pasa María todos se llenan de Espíritu Santo-, dice de Jesús que «estará puesto para caída y levantamiento de muchos» y a María que «una espada de dolor le atravesaría el pecho, para que sean manifestados los pensamientos de muchos corazones».
Lucas 2, 51
“Bajó con ellos a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”.
Este pequeño fragmento del Evangelio de San Lucas, nos habla, más que ninguno, de la personalidad de María y de su relación con su Hijo. “Guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. ¡Hermoso corazón de María!, María una mujer de fina espiritualidad, una mujer de contemplación, una mujer de detalles, una mujer enamorada de Dios y de su Hijo, una mujer de gran profundidad y de gran silencio, que es donde habla Dios. Jesús le estaba sometido. Jesús estaba bajo la Ley del cuarto mandamiento «Honrar Padre y Madre» (Gál 4,4) y no podía transgredir la ley, pues no podía pecar. Por lo tanto, Jesús honraba a su Padre Dios y a su madre María. Si quieres imitar a Jesús, haz lo mismo: adora a DIOS y honra a María, te aseguro que así le complaces.
Juan 2, 1-5
En este fragmento del Evangelio de San Juan se muestra de nuevo a María en una nueva fase. María es la Mujer, que a pesar de la magnitud de su misión y de la honra de ser la «Escogida de Dios», está atenta a las necesidades de los hombres. Jesús le contesta a su Madre, que no ha llegado la hora de dar vino a los hombres. El vino era signo de paz y alegría en el pueblo de Israel, también se vertía al suelo como signo de arrepentimiento de los pecados (Ex 29, 40; Núm 15,5); también el vino era signo de ser agradable a Dios al volver a Él (Oseas 14, 8). La hora de Jesús se aclara en Marcos 14, 41, era la Pasión, donde iba a dar el Vino Nuevo de su Sangre a los hombres que se arrepintieran. Pero volvamos a Caná: en esta conversación espiritual entre María y Jesús -pues solamente en el espíritu se puede leer este pasaje-, Jesús le dice que aún no llega la hora definitiva, pero por petición de su Madre, va a dar el primer signo de lo que sería definitivo en el Calvario. Por lo tanto el primer milagro ocurre a petición de la Madre, ¿es una mujer como las demás?
Las palabras de María en este contexto constituyen el «Evangelio de María» y son las únicas palabras dirigidas a los hombres: «Haced lo que Él les diga». Quienes quieran agradar a María, deben hacer la voluntad de Jesús. María es la mujer pendiente de las necesidades de los hombres para pedir por ellos a su Hijo.
Juan 19, 25
Para entender este capítulo -uno de los más interesantes e importantes referente a María-, es necesario remontarnos a Génesis 3. En este capítulo el Señor Dios le da la profecía a Eva de que “La descendencia de la mujer pisará la cabeza de la serpiente y estará en guerra con sus seguidores”. Pues bien, esta profecía se cumple al pie de la cruz.
En Juan 19, 26-27, Jesús entrega a María como Madre a Juan, y esto no es un simple hecho de índole familiar, las palabras dichas por Jesús en la cruz tienen valor redentor; pues Jesús está en la cruz, muriendo por asfixia, le falta el aire - lo cual se convierte en lo más preciado para un moribundo en la cruz- y aún así tiene que decir algo tan importante que hace el gran esfuerzo de hablar. Un problema de índole familiar lo hubiera tratado antes, como lo hizo con Pedro el Jueves Santo cuando le dijo “Al volver confirma a tus hermanos”.
La profecía Bíblica dice claramente que los descendientes de la mujer tendrían el poder de pisar la cabeza de la serpiente. Esta mujer que habría de venir, es sin lugar a dudas María; pues al pie de la cruz, los hombres, en Juan, reciben a María como Madre. Aquí comienza el ciclo donde los «Hijos de la mujer» lucharán con la serpiente antigua y la vencerán. El signo es el ser hijos de la mujer, por esto Jesús, después de entregarle a María a Juan como hijo, dice: «Todo se ha cumplido»; allí el desorden del Génesis quedó arreglado: la señal de batalla dada es la maternidad de la mujer, o sea María. Las palabras concluyentes de Juan nos dan la clave. Dice el Evangelio de San Juan 19, 27: “Desde ese momento se la llevó a su casa”.
Hechos 1, 14
En el escenario encontramos la lista de los Apóstoles que estaban en continua oración y San Lucas nos dice que junto a estos había un grupo de mujeres y María.
Esto es tremendamente importante, ya que en el contexto Judío no se mencionaba a las mujeres ni a los niños (es de recordar el caso de la multiplicación de los panes donde había cinco mil hombres «sin contar a las mujeres ni a los niños»). Siguiendo este patrón, la fuente que le contó a Lucas la mañana de Pentecostés, mencionó a los Apóstoles y a un grupo de mujeres, sin embargo, separa a la Madre de Jesús, con su nombre propio, lo cual da un indicio del lugar de honra en que ya se tenía a la Madre de Cristo en la Iglesia Primitiva.
Apocalipsis 12, 1-18
Al comienzo del versículo 1 nos dice que aparece una señal que es una mujer en estado de gestación de un hijo varón. Esta figura ya la encontramos en Isaías 7, 14 y se refiere concretamente a María que es la señal del primer advenimiento de Jesús; luego, con esta precedencia Bíblica, podemos entender que esta señal en Apocalipsis 12 se refiere también a María, como señal del segundo advenimiento de Cristo.
En los versículos del 13 al 18, se nos habla de nuevo del monstruo en persecución de la mujer, lo cual nos recuerda la “enemistad entre ti y la mujer”, del Génesis. Nunca como en nuestros días se le había hecho la guerra a la Madre del Salvador, lo cual concuerda con esta profecía.
También se nos dice que al no poder hacer nada a la mujer, se lanzará contra los hijos de la mujer (cf. Jn 19,25), o sea, el demonio está en lucha contra los hijos de la mujer (de María), pues sabe que ellos tienen poder para derrotarlo.
Aquí vemos la importancia de esta mujer, orgullo de la raza humana en el plan de la Salvación, desde el Génesis hasta el Apocalipsis… y yo me pregunto, hermano o hermana que lees esta corta reflexión: ¿Es María una mujer como cualquier otra?… Deja que el Espíritu te hable al corazón.
El Padre la escogió (Lucas 1, 30),
el Hijo tomo carne en sus entrañas (Juan 1, 14)
y el Espíritu Santo encarnó al Hijo de Dios
en su vientre y la cubrió con su sombra (Lucas 1, 35).
PRÁCTICA
Hacer una Lectio Divina, escrita, del pasaje de la anunciación. Compartirla en el siguiente encuentro de la preparación.
[1] Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 30.