Son miles de millones las personas que cada año celebran el día de su cumpleaños y, como se celebran sólo las realidades buenas y positivas, hay que concluir que el nacimiento es un bien, que la vida es un bien, y el más alto en el orden natural.
Sólo en circunstancias adversas habrá quienes consideren como una desgracia el haber nacido, pero en condiciones normales la vida es considerada por todos como un bien, pues si no hubiéramos vivido habríamos permanecido en la nada, en la más absoluta ausencia de la realidad.
En este orden de ideas también hay que decir que la vida es un don, un regalo, pues nadie se da la vida a sí mismo. Sin embargo, hoy nos encontramos frente a una realidad en la que la vida es vista muchas veces como un problema, una carga, una amenaza; en la que se exalta el valor de la libertad, incluso, por encima del derecho a la vida. Asistimos a una cultura de la muerte, que se ha expandido rápidamente por el mundo y que presenta grandes atentados contra la vida y la familia, y lo que es peor, bajo el rótulo de “derechos”. Pero detrás de los muchos atentados contra la vida a los que hoy asistimos, se encuentra todo un sistema de pensamiento conocido como la “ideología de género”, que ha ido penetrando poco a poco en todos los ámbitos de la sociedad y que busca una reestructuración de la misma. Esta ideología representa un grave peligro para la humanidad, pues trae nefastas consecuencias y sus alcances son grandísimos.
La ideología de género
Las feministas promotoras de la ideología de género, como Simone de Beauvoir, enseñan que para acabar con la diferencia entre hombre y mujer, hay que acabar completamente con la distinción entre lo femenino y lo masculino, entre hombre y mujer, es decir, ya no hablamos de sexo porque está ligado a lo biológico, sino de género. Entonces, según ella, la mujer no nace sino que se hace; de igual manera, el hombre no nace sino que se hace; es decir, el género es una construcción cultural, algo que se aprende, no algo que está inscrito en la naturaleza del ser humano: “tú te comportas como hombre porque en la casa y a tu alrededor te enseñaron a comportarte así, no porque lo seas por naturaleza”. Así las cosas, pueden existir hombres con cuerpo de mujer y mujeres con cuerpo de hombre: “No importa que tu cuerpo diga que eres hombre, no importa que tu psicología diga que eres hombre, tu puedes escoger ser mujer, puedes aprender a comportarte como tal”.
La ideología de género se inspira en principios marxistas, según los cuales se lee la historia de la humanidad como una lucha de clases; este mismo principio es aplicado a la relación del hombre y la mujer. El hombre aparece como la clase burguesa, la opresora, y la mujer como el proletariado, es decir, la clase oprimida que debe luchar por liberarse. Desde esta perspectiva, se ve el matrimonio como una institución inventada por el hombre para oprimir a la mujer, y cooperando a ello la maternidad, que se presenta como un yugo más; por ello, la ideología de género busca acabar con el matrimonio, la familia y la maternidad como única manera de liberar completamente a la mujer. Así, esta terrible ideología es una fuerte promotora de grandes atentados contra la vida, la maternidad y la familia, como lo son las técnicas artificiales de reproducción, la anticoncepción, la esterilización y el aborto.
La ideología de género habla principalmente de cinco géneros: heterosexual masculino y heterosexual femenino, homosexual masculino y homosexual femenino, y bisexual, entre otros. Todas estas orientaciones afectivo-sexuales son, según ellos, igual de válidas, y la persona puede escoger la que prefiera. Entonces ya no hablamos de dos sexos, hombre y mujer, sino de múltiples géneros. Por ello la presión que se está ejerciendo en muchos países para que se apruebe el mal llamado “matrimonio homosexual”.
Refiriéndose al tema de la Ideología de Género afirmaba el Papa Benedicto XVI que “la ideología de género es la última rebelión de la criatura contra su condición de tal; con el materialismo el hombre negó su trascendencia, su alma inmortal. Luego, con el ateísmo, el hombre niega a Dios, a un ser superior que está fuera de sí; con la ideología de género -ya el hombre negó su espíritu, su Dios-, niega su cuerpo mismo, su naturaleza. Sin espíritu, sin Dios, sin cuerpo, el hombre se convierte en una voluntad que se autodetermina”.
Es desde esta mentalidad que se intenta una reingeniería de la sociedad, que implica terribles ataques a la familia, a la maternidad, a través de la fuerte promoción del aborto, la anticoncepción, el homosexualismo, etc. Es decir, su resultado es una terrible cultura de la muerte. Y esta va permeando la sociedad a través del lenguaje, la educación, la política, los medios de comunicación, etc. Por ello hay que estar muy atentos ante estas ideas pervertidas y pervertidoras.
El homosexualismo
Al respecto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que «la homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf. Gén 19, 1-29; Rom 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tim 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.» (Catecismo 2357).
Esta tendencia pasó de ser una enfermedad a ser algo ampliamente difundido; a lo largo de la historia, en las diferentes culturas se le ha considerado como una distorsión de la sexualidad, algo que debe ser tratado en las personas, incluso, como algo que degenera la sociedad. Hasta 1970, la Asociación Americana de Psicólogos, en Estados Unidos, tuvo una clara concepción de la homosexualidad como una patología que se debía tratar. Sin embargo, los grupos homosexuales empezaron a hacer presión y empezaron a forzar y a violentar ideológicamente a los Asociación Americana de Psicólogos para que sacara la homosexualidad de la lista de patologías; en 1973, a través de un fuerte boicot, lo lograron. Esto a pesar de que la tradición de la psicología, incluyendo al mismo Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, la ha considerado como una patología.
Cromosómicamente somos hombre o mujer, es decir, la sexualidad de la persona está inscrita en su naturaleza, y esto se manifiesta en su anatomía y en su psicología, en todo su ser. No existe un gen homosexual, no se ha comprobado que su origen sea genético. La sociedad se ha construido y cimentado sobre la relación entre hombre y mujer, y ésta le ha dado estabilidad, ha permitido la propagación de la especie a través de la generación de nuevas vidas, las cuales a su vez, han tenido, en esta relación matrimonial, un ambiente apto y propicio para su desarrollo y educación. No pasaría lo mismo si empezamos a redefinir esta unión, esto, tarde que temprano generaría desequilibros en la sociedad y pasaría la cuenta de cobro.
¿Qué dice la Sagrada Escritura al respecto?
1 Cor 6,9-10: “¡No os engañéis! Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores heredarán el Reino de Dios”.
1 Tim 1,8-10: “Sí, y sabemos que la ley es buena, con tal que se la tome como ley, teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales, … y para todo lo que se opone a la sana doctrina.”
Vemos pues como la Sagrada Escritura señala claramente la práctica homosexual como un acto gravemente desordenado y pecaminoso, que puede llevar a la persona que lo vive a la condenación eterna.
Sin embargo, hay que aclarar que la Iglesia nos exhorta a tratar a las personas con dicha tendencia de manera respetuosa y delicada, evitando toda forma de discriminación. Además, las invita a realizar la voluntad de Dios en sus vidas: «las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.» (Catecismo 2359). No se condena al homosexual sino al acto, la práctica de la homosexualidad.
La transmisión de la vida y los ataques contra ella
En los primeros capítulos del Génesis se nos narra la creación del universo y del hombre. Dios modela una porción de arcilla, sopla, y le infunde un espíritu inmortal; la materia ha recibido una sustancia de orden esencialmente superior: el alma espiritual e inmortal. El hombre es un ser espiritual, irreducible a lo corpóreo, y es por ello, que toda vida humana “ha de considerarse por todos como algo sagrado, ya que desde su mismo origen exige la acción creadora de Dios.”[1]
Naturalmente la vida humana se transmite de un único modo: por la unión sexual del hombre y la mujer. De esta manera, los padres, se convierten en cooperadores, contribuyendo a la creación del cuerpo; mientras que el alma, que vivifica al hombre, es creada por Dios de la nada, en el instante en que se da la concepción. Así pues, la maternidad y la paternidad son siempre un gran acontecimiento, el más grande que puede acontecer en el orden natural. Los hijos son el amor que se hace vida. Engendrar hijos es participar en el poder creador de Dios, para dar lugar a nuevas imágenes suyas. Sin embargo, con la pérdida del sentido cristiano de la vida, muchos de nuestros contemporáneos han caído en el nihilismo, es decir, en la negación, teórica o práctica, del valor trascendente de la vida humana, porque en el fondo, se piensa la vida como reducida a una existencia puramente material, más allá de la cual no habría nada.
Las actitudes hostiles a la natalidad son inhumanas, y, por supuesto, absolutamente extrañas al cristianismo. Se necesita haber perdido de vista lo que el hombre es y el sentido de la vida, para caer en una especie de nihilismo que prefiere la nada al ser. Los cristianos, en cambio, sabemos que cuando Dios dijo “creced y multiplicaos y llenad la tierra”, pretendía una finalidad ulterior: llenar el Cielo. La responsabilidad de los padres es, pues, gravísima y gozosa a un tiempo. Un hombre más o un hombre menos, importa mucho, pues este vale más que mil universos, ya que es eterno y vale toda la sangre de Cristo.
Hablaremos aquí de los “derechos sexuales y reproductivos”, fuertemente promovidos por la ideología de género, y que no son otra cosa que esterilización, anticoncepción y aborto, todos estos, atentados contra la vida humana:
Esterilización
A través de una intervención quirúrgica se suprime, tanto en el hombre como en la mujer, la capacidad de procrear; es decir, se privan del don de la paternidad y de la maternidad. Ésta atenta directamente contra uno de los fines del acto conyugal.
Existe la esterilización terapéutica, que es la irremediablemente exigida por la salud o la supervivencia del hombre, y es lícita en bien del todo – la vida- si se dan las siguientes condiciones: que la enfermedad sea grave, que la esterilización sea el único remedio para recobrar la salud o conservar la vida, que la única intención sea la de curar y no la de esterilizar. En otras condiciones, esta práctica no es justificable.
Anticoncepción
Consiste en cualquier modificación introducida en el acto sexual natural, con objeto de impedir la fecundación.
La gravedad de las prácticas anticonceptivas radica principalmente en la desconexión que producen entre el acto sexual y la finalidad natural que le es propia. A través de la anticoncepción, el hombre pretende usurpar el poder de dar vida o no darla, es decir, suplanta a Dios como Creador. Es por ello que la Iglesia ha enseñado sin cesar que la práctica anticonceptiva es pecado grave: “cualquier uso del matrimonio, en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia natural virtud procreativa, va contra la ley natural, y los que tal cometen se hacen culpables de un grave delito”[2], también lo afirma en la Humanae Vitae “Es intrínsecamente deshonesta “toda acción que, o en previsión del acto conyugal o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.”[3]
Problemas de la anticoncepción
Respecto a Dios: a través del uso de los anticonceptivos el hombre usurpa el poder de dar vida o no darla, es decir, suplanta a Dios como Creador. Además, su gravedad estriba en la separación que se da entre el valor unitivo y el procreativo del acto conyugal. El acto conyugal se reduce a sólo placer.
Respecto a la sexualidad: la sexualidad, al estar ligada a la procreación, exige un contexto de compromiso y estabilidad; al desligarla de ésta, ya no se requiere un contexto de estabilidad porque “no hay peligro de un embarazo”, y es así como se da paso al libertinaje y la promiscuidad, sexo con quien quiera y cuando quiera. Es decir, los anticonceptivos engendran una actitud casual ante las relaciones sexuales. Tanto así, que la píldora anticonceptiva nace en el contexto de la revolución sexual, entonces ¿Para qué fue creada? para que la mujer pudiera “gozar de la misma libertad sexual de que gozaba el hombre”.
Respecto a los hijos: en una cultura donde predomina la mentalidad anticonceptiva, los hijos son vistos como una carga, como un estorbo, como algo que se debe evitar a toda costa. Eso pensamos ahora que estamos jóvenes “máximo un hijo, para que más”… ¿Qué diremos cuando llegue la vejez, la enfermedad, los achaques y la soledad? Si tenemos hijos garantizamos nuestra vejez. Muchos pensarán “yo tengo un solo hijo y así le doy todo lo que quiera”… el mejor regalo que puedes darle a un hijo es un hermanito. No podemos olvidar, además, que la economía la mueve la juventud y su trabajo, que la pensión de los más viejos la sostiene el trabajo de los más jóvenes. La mentalidad anticonceptiva hace más fuerte la tendencia al aborto.
Respecto al cónyuge: el cónyuge se convierte en un objeto de placer. No me importa cómo está la otra persona, ni cómo se siente, lo importante es que “se está cuidando” y por tanto puedo tener sexo con ella.
Respecto a sí mismo: los anticonceptivos no ayudan a la persona a crecer en voluntad, y en la capacidad de dominio propio. Además de producir un sin número de graves efectos en la salud de la mujer, contaminando y dañando su cuerpo.
Los métodos naturales van ordenados según el plan de Dios que estableció en el ciclo de la mujer periodos de infertilidad, pues Él no pretende que de cada acto conyugal se siga una vida. Éstos al ser naturales no tienen contraindicaciones, no afectan la salud de la mujer, son gratuitos y asequibles a todos, y sobre todo promueven el auténtico diálogo y conocimiento entre los esposos, fortaleciendo así el amor y la relación de pareja. Educan para la fidelidad y enseñan el verdadero amor que exige sacrificio, al mismo tiempo que enseñan a ver los hijos como un regalo maravilloso de Dios que alegra la vida.
Veamos una comparación que nos ilustra mejor porque la anticoncepción es un acto antinatural:
El comer es un acto natural que genera placer y cuyo fin es la alimentación y la nutrición de la persona. Hay personas que una vez comen se provocan vómito para evitar las consecuencias del comer, es decir, quieren experimentar dicho placer pero no quieren asumir las consecuencias naturales, y esto es conocido como un grave desorden, como un trastorno alimenticio llamado Bulimia. Esta misma lógica podemos aplicarla a la anticoncepción: la relación sexual es un acto natural que produce placer, y cuya consecuencia natural es la procreación. A través de los anticonceptivos queremos experimentar el placer pero sin asumir las consecuencias que de ello se sigue. Así como la bulimia es un grave desorden porque atenta contra el orden natural, de igual manera la anticoncepción es antinatural.
Aborto
Expulsión del seno materno, casual o intencionada, de la vida en gestación, originándole la muerte.
Para hablar del aborto tenemos que partir de afirmar que la vida humana comienza en el instante mismo de la concepción. El Dr. Jerónimo Lejeune, afirma al respecto : “esta primera célula, resultado de la concepción, ya es un ser humano” (tiene los 46 cromosomas propios de la especie humana) y también menciona: “aceptar que después de la concepción un nuevo ser humano ha empezado a existir, no es ya cuestión de gusto o de opinión…, sino una evidencia experimental” y continua: “si el embrión no es desde el primer momento un miembro de nuestra especie humana, no llegaría a serlo nunca. Decir que no es un hombre, es lo mismo que decían los nazis: “un prisionero no es un hombre.”[4]
En Colombia, el aborto fue despenalizado en tres casos, a través de la sentencia C-355 de 2006. Analicemos cada uno de ellos:
Violación (aborto Sentimental o psicológico): No es justo que pague un inocente por un culpable. Hijo de un violador y de una mamá asesina. Nunca la suma de dos males va a producir un bien. No podemos abrir la brecha de que algunos sentimientos puedan acabar con la vida, pues esta es inviolable. No puede haber ningún argumento para violar la vida. La solución puede ser la adopción.
Malformación del bebé o aborto eugenésico: concepción y mentalidad perversa, utilitarista y hedonista, donde solo tiene valor lo útil y lo bello, la persona ya no tiene valor por sí misma, sino en virtud de su utilidad y belleza: ¿Si puedo matar al bebé en el vientre, por qué no lo puedo matar afuera?
Debemos evitar el término “calidad de vida” en lo que se refiere a la concepción de la vida de las personas, pues la expresión “calidad” solo se aplica a las cosas y no a las personas, existen vidas con mejores o peores condiciones, pero no con mayor o menor calidad de vida; la calidad de vida no hay nada que la pueda hacer mayor o menor, la vida siempre tendrá calidad en sí misma, por sí misma vale. Existe una inconsistencia de pensamiento: ¿si estás de acuerdo con el aborto y la eutanasia por qué no entonces asesinar también a los que han nacido y han dejado de ser sanos, útiles y hermosos? “La solución para la enfermedad no es al asesinato del enfermo”. Los diagnósticos prenatales frecuentemente son equivocados, estos métodos diagnósticos muchas veces persiguen fines utilitaristas y hedonistas.
Peligro de muerte de la madre (aborto terapéutico): El aborto nunca será terapéutico. ¿Serías capaz de matar a uno para curar al otro? Esto es un eufemismo. La tecnología y la medicina han avanzado enormemente, y se debe siempre intentar salvar ambas vidas. Solo para mencionar un ejemplo, en Medellín, cuidad de Colombia, hoy en día se hacen cirugías intrauterinas en las cuales se operan a los bebés con malformaciones graves antes de nacer y pueden nacer completamente normales.
La principal consecuencia de la mentalidad proabortista, tan difundida en la sociedad, es el hecho de que la vida humana ya no pueda concebirse como un valor absoluto, sino como algo que depende de la voluntad de otro hombre que se encuentra en una situación ventajosa. Se pone la autonomía personal por encima del derecho a la vida; absurdo, pues la vida es el fundamento de todos los derechos, si no se vive, no se poseen derechos; si no se vive, no se tiene autonomía personal. En una sociedad que se vale acabar con la vida de otro en nombre de la libertad, todo se vale ¿quién pondrá el límite?
Pero la vida no es atacada sólo en sus inicios, sino que también hoy se promueve la muerte de aquellos que ya se encuentran en su vejez con enfermedades y dolencias. Así, hoy en día, en muchos países se promueve la aprobación de la eutanasia bajo el rótulo de “muerte digna”. Veamos aquí la verdad sobre la eutanasia:
Eutanasia
Se entiende por eutanasia “la intervención intencionalmente programada para interrumpir de manera directa y primaria una vida, cuando esta se encuentra en condiciones particulares de sufrimiento o de incurabilidad o de proximidad a la muerte.”[5]
Hay que decir que los promotores de la eutanasia tienen una concepción de la persona humana desprovista de carácter trascendente, al mismo tiempo que ven la vida como un bien secundario respecto a la libertad. Por ello vemos como tales personas empiezan por argumentar tal práctica valiéndose de casos extremos, como pacientes terminales, para poco a poco ir llegando a la permisividad total. Es así como en Holanda, por ejemplo, “la eutanasia se legalizó inicialmente para pacientes con cáncer terminal, luego las cortes se volvieron más flexibles y ahora se permite la eutanasia a personas deprimidas sin ninguna enfermedad terminal o incluso para recién nacidos con alguna malformación.”[6]
Esta práctica, tan difundida hoy, se vende bajo el rótulo de “muerte digna” como si el sufrimiento, el dolor o la enfermedad hiciesen de la persona que lo padece alguien indigno. Ésta, es producto de una sociedad materialista, donde la dignidad de la persona se mide en términos de su productividad y de su capacidad de disfrute, de experimentar placer. La sociedad quiere liberarse de todas aquellas personas que le representan una carga, que le demandan cuidados pero que no le aportan en términos económicos. Para el estado es más fácil y menos costoso brindar la posibilidad de la eutanasia a pacientes con enfermedades terminales que invertir en cuidados paliativos. Detrás de esta mentalidad hay, sin duda, muchos intereses económicos. Y es que una sociedad que aprueba el aborto y ataca la familia, y en la que, por tanto, no se renueva su población, no hay mano de obra joven que sostenga las pensiones de los más ancianos y enfermos, ni familias que los cuiden, por tanto, hay que buscar una “solución” al problema; y lo mejor, hay que venderlo bajo el rótulo de “derecho”, de esta manera la persona terminará pidiendo su propia muerte. Esta es la trampa de la cultura de la muerte, que es toda una red, en la que una cosa lleva a la otra.
La eutanasia es moralmente ilícita bajo toda circunstancia, ya que se debe reconocer y respetar la vida de la persona desde su concepción hasta su muerte natural. El Papa Juan Pablo II, en un discurso pronunciado ante los obispos de Estados Unidos, el 5 de octubre 1979, afirmó que “la eutanasia o la muerte por piedad… es un grave mal moral…; tal muerte es incompatible con el respeto a la dignidad humana y la veneración a la vida”.
Para brindar una verdadera muerte digna a una persona se le deben brindar los siguientes cuidados, que bajo ninguna circunstancia se le pueden negar:
Asistencia espiritual: es decir, preocuparse por la salvación de la persona; brindarle la oportunidad de recibir los sacramentos, la reconciliación con Dios y con los hermanos.
Acompañamiento afectivo: aquí juega un papel muy importante la familia del enfermo, la cual debe mostrarse cercana y brindarle amor, compañía y cariño a su familiar que padece.
Asistencia médica: al paciente, siempre, bajo cualquier circunstancia en la que se encuentre (así sea en estado “vegetativo”) debe brindársele los cuidados básicos: alimentación, hidratación y oxigenación, éstos sólo se podrían suspender cuando se demuestre la muerte cerebral del paciente; de lo contrario, si se le suspende, estaríamos ante una eutanasia pasiva, pues éstos son medios básicos y necesarísimos (no extraordinarios) para el mantenimiento de cualquier vida humana. También se le debe brindar medicamentos para su dolor, si así lo requiere.
A manera de conclusión sobre el tema de la eutanasia citamos las palabras del Papa Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium Vitae, que expresa claramente la posición de la Iglesia frente a dicha práctica: “la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de la persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio” (n. 65).
Ante la cultura de la muerte y todas las consecuencias que esta conlleva, la actitud del cristiano no debe ser pasiva, y menos la de los hijos consagrados a María. En primer lugar, debemos orar a Nuestra Madre Santísima, la Madre de la Vida, por la conversión de la humanidad y, sobre todo, de nuestros gobernantes para que no promuevan tales ataques contra la vida y la familia.
Un consagrado a la Virgen María debe, a ejemplo de su amada madre, darle un sí a la vida, amarla, respetarla y defenderla. Debe tomar parte activa en la defensa de estos valores fundamentales como lo son la vida y la familia, a través de asociaciones, a través del uso de la palabra y del testimonio personal de vida.
PRÁCTICA
Renunciaré a toda práctica y mentalidad anticonceptiva. Si soy casado aprenderé y adoptaré un método natural de reconocimiento de la fertilidad.
[1] Encíclica Mater et Magistra, n. 194.
[2] Encíclica Casti Connubii, n. 21.
[3] Encíclica Humanae Vitae, n. 7.
[4] Uno de los más brillantes investigadores franceses, catedrático de la universidad de la Sorbona de París, miembro de la academia de ciencia de Suecia, Inglaterra, Estados Unidos, consultor de la ONU, director del Pontificio Concejo para la Vida, y el más importante genetista de su época, descubrió la trisomía del cromosoma 21 que causa el síndrome de Down.
[5] ARAMINI, Michele. Introducción a la Bioética. Italia. P. 223.
[6] http://www.aciprensa.com/eutanasia/terri.htm. “Diferencias entre matar o dejar morir a un ser humano: el caso de Terri Schiavo”. Dr. Luis E. Ráez. 07/09/2012